Buscando el mundo feliz

Soy uno de los muchos fans del malhumorado y cínico Dr. House; he visto muchas series de médicos pero ninguna me ha enganchado tanto como la protagonizada por este personaje; debo decir por otra parte que no me gustaría toparme con un médico así. Salvo que, Dios no lo quiera, me ocurra algo grave.

¿Cuál es el secreto del éxito? ¿De dónde proviene el magnetismo de Gregory House? Un tipo antipático, prepotente, borde y retorcido, que al mismo tiempo encierra un médico de enorme talento capaz de realizar los diagnósticos más complejos, capaz de atar todos los cabos sueltos y de resolver el caso para estupor de sus ayudantes. “No curo a los pacientes, curo las enfermedades” suele decir. Con otras palabras, House desprecia a los pacientes, pero aprecia sus patologías.

Lo que más me gusta de este tipo no es su humor ácido, ni sus coñas, ni su capacidad para hacer lo que le da la gana y salir airoso de todos los líos en que se mete; lo que más me atrae es la tremenda capacidad de observación y deducción a través de los detalles. Se fija tanto en los detalles que es difícil ocultarle algo. “Los pacientes mienten” Pero él es capaz de pasar por encima de las mentiras, porque las palabras pueden engañar pero los hechos no. De fijarse en el mínimo detalle para dar con la solución, esa combinación de palabras que le salva la vida al paciente. Y que deja boquiabiertos a sus acompañantes.

Y es que House es, en palabras de su amigo Wilson, un miserable al que le gusta serlo; alguien que disfruta odiando y disfruta aún más cuando es odiado. Pero es el mejor diagnosticador y por eso le admiran, porque pese a esa coraza tan grande que se crea, no es mala persona. La cojera crónica que padece inspira ternura, compasión. El dolor permanente inspira afecto. Y es que House es humano, pero al mismo tiempo es un genio.