sábado, noviembre 25, 2006

 

Voy con todo


He jugado a muchos juegos de estos llamados de azar; juegos en los que hay que tener cierta habilidad y en los que la suerte ha de acompañarte. Juegos de mesa, de cartas, hasta los concursos de la tele siguen un cierto patrón. Este patrón se conoce como la teoría de los juegos y surgió a principios de los 50 como una rama de la economía que intentaba calcular las probabilidades de ganar (probabilidades dinámicas). Y algo tan aparentemente sencillo es en realidad un mundo.

De entre todos los juegos de azar mi favorito es el póker; aprendí a jugar de chaval y pasé muchas tardes buscando la escalera de color o el poker de ases, que rara vez llegan (también depende de la variante elegida). Por supuesto estos juegos tienen más emoción si apuestas algo; nosotros jugábamos con monedas de cinco pesetas y recuerdo que en algunas partidas, a base de ir y subir la apuesta yacían en el tapete quinientas pesetas. Yo soy de los malos jugadores porque no me tiraba faroles y claro, sólo apostaba sobreseguro, cuando tenía por lo menos un trío. Así pues siempre que Javi echaba unas cuantas monedas en la mesa se oía un “No voy” generalizado. En otras ocasiones lo que apostábamos eran chupitos y más de una vez acabé en el suelo por ello.

Hace tiempo aposté todo por una relación y por supuesto no iba (ni voy) de farol; puse todo lo que tenía en la mesa y a medida que la persona me pedía más, subía la apuesta. Sabía que era (y es) muy arriesgado pero también sabía que era la única forma de que saliese bien. Por cada problema una solución; y allí estuve aguantando el tirón. Las cartas aún no han quedado descubiertas y sé que si pierdo me arruinaré.

Y es que el amor es en cierto modo un juego, en el que alguien pone siempre más que el otro y en el que uno tiene más que perder del otro. Ya sea porque tenga menos o porque tardará más en recuperarse. Y en estas cosas no te suelen fiar. Tengo un extraño apego por las relaciones complicadas y siempre acabo en medio de una. Pero cuando estoy enamorado me da igual. Porque prefiero arruinarme a pasarme el resto de mi vida preguntándome si podría haber ganado. Ya sabes que cuando no igualas la apuesta las cartas no se descubren. Voy con todo.


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