jueves, septiembre 28, 2006

 

Los clavos


Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Siempre estaba de mal humor y gritaba y discutía con frecuencia. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta. El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos.

Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos.

Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día.

Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta. Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas lo devastará, y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.


Comentarios:
Totalmente de acuerdo, la ofensas físicas son horribles, por supuesto, pero las verbales aunque no dejan marcas visibles, son igual de dañinas
 
Jo, has dado en el clavo, valga la metáfora. Yo hace un par de días perdí la paciencia con alguien que quiero y me está costando el sueño, no puedo ni mirarla a la cara de lo mal que me siento.
 
Lo malo es cuando nos acercamos al límite de los agujeros que la puerta puede soportat y esa persona ya no nos ve de igual forma, por muchas disculpas que pidamos.

Dice un refrán que quien bien te quiere bien te hará llorar, pero siempre hay límites
 
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