martes, agosto 01, 2006
Cap. 2 El mar
Resulta curioso que el mar me guste y me de miedo al mismo tiempo; cuando me baño no suelo alejarme mucho de la orilla y si dejo de hacer pie me pongo nervioso. Pero al mismo ejerce un fuerte magnetismo hacia mi persona. Me encanta verlo, escucharlo, sentirlo. Ya sea de día, en un atardecer o bien entrada la noche contemplar el horizonte que se extiende a través de él me produce tranquilidad y me ayuda a ver el futuro con claridad.
Siempre que he estado en una ciudad con mar de vacaciones, al volver me pregunto cómo sería mi vida en un sitio así; y es que Madrid por muy bonita que sea, no tiene mar, y por ello le falta alma. Las playas de Málaga me decepcionaron un poco, pues no había apenas olas. Una mar demasiado tranquila, quizás la más tranquila que nunca haya visto. Y es que ver romper las olas, con su fuerza, es también algo que me gusta. Incluso cuando la mar está muy brava, cuando hay tormenta y los barcos no se atreven a salir de puerto.
También me gustan los barcos, aunque es un lujo sólo reservado para unos pocos. En Benalmádena vimos un buen puñado; desde las lanchas a motor más pequeñas y veleros hasta auténticos yates de más de 40 metros de eslora. Navegar, qué gran placer debe ser; sin carreteras ni señales de tráfico, en la inmensidad del océano. Vi tantos yates que me pregunto de dónde saca la gente la pasta. Yo que pensaba que forrados están cuatro y el resto somos unos pringaos currantes. Pues no, supongo que ahora forrados están cuatrocientos y el resto seguimos siendo unos pringaos currantes pero con sueldos aún más bajos (la generación de los mil euros). El dinero no se crea ni se destruye, simplemente cambia de manos
Pero no importa; lo bueno del mar es que tengas mucha o poca pasta puedes disfrutar de él. Mejor con pasta, claro está, como casi todo en esta vida. Por desgracia.
Soy de las que se bañan incluso en diciembre, me gusta ir al atardecer cuando todos los que van a la playa se marchan.
Lo que me gusta de los barquitos es que puedes irte a bañar donde la orilla ni siquiera se distingue a lo lejos, donde el agua está limpia y más fresquita. Eso sí, no hay que pensar mucho en los varios bichos que puedes encontarte allí.
Estuve en Benalmádena hace un par de años, de vacaciones, demasiada gente para mis gustos.
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