sábado, julio 29, 2006
Cap. 1 El viaje
A las cinco de la mañana el estridente sonido del despertador envolvió la habitación y me arrancó de los brazos de Morfeo; no había dormido mucho la verdad, pues la mezcla de calor y de los nervios propios del inicio de tan peculiar aventura dificultaban ese estado de relajación y tranquilidad necesario para quedarse dormido. Apagué rápido el aparato antes de que despertara a alguien más y en seguida sentí un cosquilleo en el estómago.
Una ducha rápida y un desayuno aún más rápido fueron lo siguiente; el pitillo de después lo fumé lentamente, contemplando el paisaje por la ventana. La ciudad aún dormía, la oscuridad lo cubría todo y el silencio propio de tan tempranas horas gobernaba cada rincón. Tras vestirme y repasar mentalmente la lista de cosas (ritual siempre necesario antes de partir de viaje) bajé las escaleras hacia el garaje donde mi coche descansaba.
Conocía bien la ruta y la había repasado en numerosas ocasiones: llegar hasta la ciudad no era difícil, lo difícil era moverse por la ciudad. Sea como fuere, giré el contacto y marcha atrás saqué el automóvil con cuidado hasta la calle. Tras cerrar la puerta y asegurarme de que estaba bien cerrada (estaba algo vieja ya) metí la primera marcha y revolucioné el coche hasta tres mil vueltas, necesario para subir la prominente cuesta de mi calle.
Me esperaban casi seis horas de viaje y temía que el cansancio propio de no haber dormido tornaran peligrosa la travesía. Por suerte a esas horas las carreteras estaban casi vacías pero el puto carnet por puntos me animaba a no pasar de 130. No tardé demasiado en llegar a la M-40 y de ahí a la A-4; el paisaje era de lo más variopinto pero abundaban las naves industriales, algunas enormes, y los accesos a las localidades del sur.
Los minutos pasaban y el cuentakilómetros avanzaba; tras une breve parada para estirar las piernas y echar un cigarro proseguí la marcha; debí de cruzarme con la mitad de la población de Marruecos; inconfundibles, en esas enormes furgonetas a rebosar y con la baca también llena. Son un puto peligro porque conducen de culo y sobrecargan los coches hasta hacerlos inconducibles.
Toledo, Ciudad Real, Jaén, el calor empezaba a apretar: ya eran más de las diez cuando realicé una nueva parada, esta vez para desayunar algo. De la A-4 a la A-44 y de esta a la A-92, para luego la A-92M; ya veía palmeras y sentía el mar cerca. Última parada y el sol ya abrasando. Ya en la N-331 me encontré con un atasco, supongo que típico de un sábado por la mañana.
Y por fin la ciudad apareció ante mis ojos; algo caótica, llena de obras y tráfico; me costó encontrar el hotel y di muchas vueltas, pero por fin había llegado a mi destino. Me esperaban unos días de descanso y me esperaba alguien.
¡Quiero saber más! Espero la próxima entrega.
Viajar es emocionante la verdad, me encantan estas sensaciones de nervios, le ponen salsa a la vida
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