viernes, marzo 17, 2006

 

Historias de mi historia: Entre cartuchos anda el juego


Mi primer trabajo serio (con contrato y seguridad social) lo conseguí a través de un amigo (vamos, de enchufe); un tórrido día de julio me presenté en las oficinas, asfixiado por el calor del traje y del sol, dispuesto a venderme y algo nervioso pues era mi primera entrevista de trabajo; mi amigo, psicólogo laboral, ya me había preparado para el momento, pero aún así un gusanillo recorría mi estómago; una experiencia más de tantas que da la vida. Fue algo más corto y sencillo de lo que pensaba y por eso deduje que tenían prisa en contratar personal. Un rato después estampé la firma en lo que sería mi primer contrato laboral, por obra. Estaba contento y asustado al mismo tiempo; contento porque me introducía en el mercado laboral e iba a ganar un sueldo que me permitiría hacer muchas cosas. Asustado porque apenas sabía nada de lo que iba a hacer.

Días después mis temores se confirmaron; cuando entré en lo que iba a ser mi puesto de trabajo no pude sino asombrarme. Una enorme sala llena de ordenadores, cables y robots que tragaban y transmitían gigas de datos. Parecía la cabina del Enterprise y pensé que no tardaría en aparecer el Dr. Spock anunciando que ya se podía saltar al hiperespacio. ¿Dónde me he metido? Pensaba. Mis compañeros no se esforzaron mucho en explicarme en qué consistía el trabajo, así que pasé la mañana deambulando en la sala, observando aquellas caras y sofisticadas máquinas y mirando al futuro con pesimismo. El trabajo además era a turnos y por aquella época ni siquiera tenía carnet de conducir; el autobús y el metro serían pues compañeros inseparables.

Aquel día regresé a casa con un bajón considerable; una vocecita me invitaba incluso a echarme atrás. Pero no lo hice. Día a día me empapé de la información, y tras unos cuantos fallos empecé a dominar el trabajo; en realidad no era tan difícil. Se trataba básicamente de procesos de backup en cartuchos de datos de gran capacidad; todo eran cartuchos que contenían datos de empresas (bancos y aseguradoras sobretodo). Lo más jodido eran las noches, que se alargaban demasiado; eso unido a las varias horas que gastaba en desplazamientos lo convertían en un trabajo pesado. Tampoco había buen rollo entre la plantilla. Cada uno iba a su bola y barría para casa; algo normal en este tipo de trabajos. Conocí gente interesante y agradable, pero en el fondo no estaba a gusto.

Pero no me importaba; ganaba dinero (y cuando vives de parásito en casa, era mucho dinero); fue eso lo que acabo conmigo poco a poco. El dinero puede ser peligroso si no sabes manejarlo; te acaba manejando él a ti. Y no tardas en comprar cosas que no necesitas, en gastar demasiado. La hostia tenía que llegar. Unos meses después, cabizbajo, presenté mi dimisión. Y ahí acabó mi aventura como “periférico” Durante unos meses viví entre cartuchos; aprendí algo sobre el mundo laboral. Y el destino es irónico a veces, porque ahora trabajo a apenas cien metros de aquel lugar.

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