miércoles, enero 11, 2006

 

Historia de un viaje a Bruxelles (1ª Parte)


Serían más o menos las 8 y media de la mañana del primer sábado de diciembre cuando el despertador envolvió la habitación con un pitido estridente y me sacó de algún sueño que espero que fuese bonito, pues soy incapaz de recordarlo. El sol asomaba ya la cabecita y dejaba con su luz que mis ojos viesen el desorden que reinaba en la habitación. Tendría que ordenarla un poco antes de irme, pues si no lo hacía a la vuelta de mi particular aventura podría encontrarme a la jefa algo cabreada. Un desayuno y ducha rápidos y manos a la obra. Ya con 26 años, la verdad es que me levanté radiante, algo cargado de adrenalina por la emoción de los momentos previos; por fin la espera había terminado e iba a salir de este país, rumbo a tierras belgas, a hacerle una visita a mi buen amigo Aitor. El viaje fue propuesto por él y la idea tomó forma un mes antes. Todo estaba ya listo. Las reservas en el albergue, los billetes del avión, pilas en la cámara de fotos, el pasaporte (por si las moscas) y muchas ilusiones por delante. ¿Bruselas? No sabía nada de aquella ciudad. Pero me daba igual. Lo que quería era viajar.

La maleta estaba lista y yo vestido y arreglado sobre las 10 de la mañana. Un último repaso mental por si se me olvidaba algo. Todo en orden. Me despedí de mi madre y me dirigí a la parada del autobús. Al llegar éste, metí como pude la maleta y me acomodé en uno de los asientos. Un sábado a esas horas no hay problemas de encontrar sitio. Tampoco hay tráfico, así que unos 40 minutos después ya estaba en el aeropuerto y pude comprobar que muchos como yo iniciaban algún viaje a alguna parte, quizás para visitar a familiares o amigos o simplemente para hacer turismo. Hacía mucho que no iba al aeropuerto y no recordaba lo grande que es, un ir y venir constante de gente, cargados de maletas, algunas tan grandes que parecía que transportaban en ellas algún cadáver. Después de merodear un rato me dirigí a la terminal 3 y allí busqué el mostrador de facturación. Tras esperar un rato en la cola facturé mi única maleta y recibí la tan necesaria tarjeta de embarque. Una mirada al reloj. Una hora y cuarto disponible. Comí un bocadillo en uno de los muchos bares del aeropuerto (no me clavaron tanto como esperaba) y después decidí dar un paseo, pues quería hacer tiempo.

Observando a la gente con la que me cruzaba veía de todo. Familias enteras, grupos de amigos, parejas, gente sola, ancianos, etc. Yo estaba particularmente contento esa mañana, pues sentía que había comenzado una nueva vida. Y el nombre de cierta persona, cuando pasaba por mi cabeza como traído por el viento, me hacía sonreír. Los minutos fueron pasando y llegó el momento de pasar el control policial (menos mal que me dejé el c-4 en casa). Todos los objetos metálicos y el cinturón fuera (gracias Bin Laden, por convertirnos a todos en putos terroristas). Control superado. Siguiente objetivo. Localización de la puerta de embarque. Localizada. Ya sólo queda esperar. Unos treinta y cinco minutos. Los nervios aumentaban así que decidí calmarlos malamente fumando un cigarro. Me acerqué a la ventana y contemplé las pistas y los aviones. También hacía mucho que no me subía en uno. No es que me de miedo volar, pero en aquel momento recordé la película Destino Final. Diez minutos. Hora de acercarse, no sea que me dejen en tierra.

“Pasajeros con destino a Bruselas embarquen por la puerta 36 por favor. Pasajeros con destino a Bruselas embarquen por la puerta 36 por favor”. Bueno, vamos allá. Me metí en el enorme autobús que nos llevaría al avión y esperé a que se pusiese en marcha. Espero que mi maleta no acabe en Vladivostok, pensaba. Un par de minutos después estaba frente al Airbus que nos transportaría a la capital europea. Vaya, no era tan grande como pensaba. Y dentro la sensación de pequeñez era aún mayor. No tardé mucho en encontrar mi asiento (ventana) y tras acomodarme y abrocharme el cinturón observé a través de la pequeña ventana (cosa que haría durante las dos horas siguientes). Los pasajeros acabaron de tomar asiento y las puertas se cerraron. Los potentes motores a reacción hicieron mover al aparato y nos dirigimos rumbo a alguna pista de aterrizaje. Sin embargo, debía de haber tráfico pues aun tardamos casi veinticinco minutos en llegar a la pista autorizada. El avión se paró, supongo esperando las instrucciones pertinentes. Y mis nervios aumentando. De repente, el sonido de los motores se hizo más y más estridente, señal de que ibamos a despegar. En efecto, y la aceleración fue brutal. Unos diez segundos después, nos elevamos y mi aventura comenzó. ¡¡Bruselas allá voy!!

Comentarios:
¡Hola!

He estado leyendo varias entradas de tu blog y me han parecido amenas e interesantes. Para ser como dices que eres de ciencias y que no se te dan bien las letras escribes bien y de un modo muy claro y directo. :-) Un saludo.
 
Gracias por tomarte la molestia de leerlo. Cuando dije que soy de ciencias, queria decir que aunque me gusta escribir, encuentro limitaciones en ello, no domino el lenguaje. Supongo que por ello escribo de forma directa; a veces eso si me gusta rozar el rizo, pero dentro de mis posibilidades.

He echado un vistazo a tu blog y es muy interesante, no lo perdere de vista.

Te recomiendo que visites tambien D-generacion, un blog que tenemos unos amigos y yo:
http://dgeneracion.blogspot.com



Un saludo
 
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