martes, enero 03, 2006
El hombre indestructible

Había una vez un hombre, de profesión pescador, a quien le gustaba mucho su trabajo, tanto que se pasaba horas y horas en la mar, intentando siempre pescar los mejores peces, cosa que cuando no conseguía, no volvía a su casa. No importaba que hubiese una gran tormenta o que los ojos se le cerraran del cansancio, él seguía buscando, rastreando cada zona en busca de grandes capturas. Llegó a ser uno de los mejores pescadores que la zona había conocido. De él se decía incluso que era indestructible, tan fuerte que nada podía herirle ni dañarle. No se le conocían, sin embargo, amigos ni familiares; raramente se le veía en algún lugar que no fuese su barco. De hecho apenas se sabía nada de él, pero al mismo tiempo era conocido por todos. Tenía mal carácter y por ello no era muy apreciado por la gente, ni siquiera por los propios pescadores.
—Dicen que usted es un gran pescador, que siempre trae enormes capturas.
—Soy el mejor, yo siempre encuentro peces—contestó el pescador sin mirarle
—Dicen que usted es indestructible, que ha sobrevivido a las peores tormentas y que ha ido más allá con su barco de lo que nadie iría ni estando preso de la locura.
—Es cierto, soy fuerte como el mar, nada me puede hacer sufrir, nada me da miedo.
—Tiene razón, pero eso es porque usted no ama nada—afirmó el hombre misterioso
—Yo no necesito amar nada; no quiero nada; quiero estar solo y que la gente me deje en paz; tiempo atrás era débil y por eso siempre acababa sufriendo. Para mí sólo existe mi barco, el mar y yo. Todo lo demás no me importa, todos los demás no me importan.
—¿Y cómo puede ser feliz así? ¡Es imposible!
—¡¡Ya está bien de hacerme tantas preguntas!! ¡¡La felicidad no existe, sólo es una mentira!! ¡¡Y si llega, no dura nada!! ¡¡Márchese de aquí, déjeme en paz!!!
El pescador miró amenazante al misterioso individuo y esté se alejó en silencio. Enfurecido, tiró los aparejos al suelo y encendió los motores del barco, que rugieron al ser acelerados bruscamente. Se dirigió al mar, a pescar de nuevo.
—¡Maldito imbécil! ¡¡No es nadie para juzgarme!! ¡¡No es nadie!! —Y se alejó mar adentro.
—¡Es, es imposible! ¡¡Han pasado ya muchos años y sigues igual, no has envejecido!!
—Para tu desgracia, veo que no has cambiado nada. Sigues igual que la última vez que nos vimos.
—¿Quién eres? ¿Eres un ángel? ¿Dios?
—No exactamente……….Pero eso no importa. Lo que importa es que aunque la muerte te esté muy próxima, en realidad llevas muerto mucho tiempo. No supiste luchar cuando debiste. No supiste apreciar lo que tenías.
—¿Qué? ¿De qué me estás hablando?
—Puedo leer tu corazón desde el mismo día que naciste. Tu vida nunca fue una desgracia aunque aprendiste a verla como tal. Todo aquello que te pasó, lo bueno nunca supiste apreciarlo y lo malo te eclipsó hasta tal punto que te formaste una coraza, que nada ni nadie puedo traspasar. Una coraza que creías que te protegía de todo mal, cuando en realidad es lo que te ha matado. Porque para poder reír, antes hay que llorar. Para poder disfrutar hay que sufrir. Y cuando te caes, tienes que luchar por levantarte. Querías hacerte indestructible, pero no sabes que la verdadera fuerza viene de la familia, los amigos, el amor. Y que el destino pertenece a aquellos que sepan levantarse después de haberse caído. Apartaste de tu vida a todas las personas que te han querido, y ahora estás solo
—Yo…..yo…… —empezó a sentir algo que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Sollozó y se le hizo un nudo en la garganta, casi de igual tamaño que los que usaba para los amarres. Era cierto, estaba solo. Un viejo enfermo y solo, sin ningún recuerdo agradable. Sin nadie que llorase su muerte. E iba a morir. Giró la cabeza para decir algo, pero aquel misterioso hombre ya no estaba. Apareció una enfermera que le inyecto unos medicamentos, para aliviar el dolor, decía ella. Pero su dolor ya no había nada que pudiese curarlo. Aquella noche falleció y cuando lo encontraron, había lágrimas en su rostro.
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